San Andrés Tuxtla, lugar de conejos.

De su visita a San Andrés Tuxtla, Veracruz, trata esta bitácora de viaje de Rolando García De la Cruz, quien aprovecha para llevar a sus lectores a dar un paseo por las calles principales y por los atractivos de esa ciudad del sotavento veracruzano.

El autobús se detuvo y bajé en un ambiente caluroso. Caminé hacia el centro, me sorprendió ver que esta ciudad tiene amplias calles en su centro histórico, lo que hace muy fluido el tráfico. Tiene callejones, pero no afectan el movimiento automovilístico.

Me hospedé en el centro histórico de la ciudad, que tuvo un auge tabacalero en el siglo pasado. Aún sus puros «Te amo» son famosos. Mi primera visita fue a la catedral de san José y san Andrés. No parece ser muy antigua, pero sí es muy grande y se encuentra en una pequeña loma.

Su interior es muy amplio. Conserva un púlpito de madera con un rico tallado de algunos santos. También tiene una capilla dedicada a un Cristo negro. A la derecha de la catedral se encuentra el parque central, donde se da la convivencia de la gente en la ciudad.

Al caminar por la ciudad me encontré con el arroyo Tajalate que atraviesa la ciudad y cuyo cauce quedó entre muros y pisos de concreto. Es muy largo, con poca profundidad. Existen puentes de roca, de herrería y de concreto por donde pasan los autos. En la parte más céntrica del paso del río, hay un pequeño parque con árboles. Bajo una ceiba encontré un muro con una placa que decía: “Declaran árbol centenario a la ceiba, petandra o pochota…”. Sobre el arroyo un puente metálico y una pileta con grandes carpas japonesas koi en colores naranja, negros, blancos y unos manchados de rojo y blanco.

También había un par de pejelagartos, un plecostomus gigante, unos peces que parecían mojarras completamente negros y pequeños peces de río. Por un lado de la barda, había un letrero que prohibía poner tortugas en la pileta, supongo que los evitan para que no se coman a los peces. En el paseo del río encontré muy bellos murales y zonas con mucha sombra de los árboles. Hay una serie de murales distribuidos por la localidad que cantan los capítulos de una jarana a la ciudad. También había ricas ciruelas sobre el paseo del arroyo, de las que comí hasta hartarme.

Volviendo al centro de la ciudad, un policía me indicó que había un museo arqueológico, que podría visitarlo cualquier día del año, incluso los fines de semana. Como ya era tarde, decidí dejar esa actividad para la mañana siguiente. Crucé el parque. Del otro lado encontré la primera escuela Cantonal del país, la escuela primaria Landero y Coss. Es muy grande, no parece muy antigua, tal vez ha sido remodelada en sus últimos años.

En una de las calles principales un tragafuego iluminaba los parabrisas de los autos cuando el semáforo se ponía en rojo. Las llamas que salían de la boca del hombre se erguían tan alto que el pobre hombre terminaba casi sin aliento. También una anciana muy bien vestida y con lentes negros vendía paletas entre los autos. Por la noche unos jóvenes bailaban salsa en uno de los semáforos y pedían ayuda económica para poder viajar y participar en un evento de baile.

El centro histórico es muy grande. Las casonas tienen casi los mismos elementos arquitectónicos: unas columnas en la fachada, un largo pasillo, grandes ventanales y largos tejados. Algunas son de dos plantas, casi todas con macetas en sus corredores. Hay muchas residencias abandonadas que se están deteriorando; otras tantas han desaparecido, según supe en internet.

Al caminar por la ciudad me encontré con el arroyo Tajalate que atraviesa la ciudad y cuyo cauce quedó entre muros y pisos de concreto. Es muy largo, con poca profundidad. Existen puentes de roca, de herrería y de concreto por donde pasan los autos. En la parte más céntrica del paso del río, hay un pequeño parque con árboles.

El mercado es un edificio muy grande, pero son tantos los vendedores que han invadido algunas calles aledañas. Una de ellas es pintoresca por ser el lugar donde se venden productos del campo, flores, artículos de barro y productos regionales. Ahí vi cantar a unos músicos jarochos, con arpa y jaranas. Conforme se va avanzando, la calle se va estrechando de tantos vendedores, hasta desembocar a la calle donde se vende pescado. Por ese lado hay una cantina y unos billares que en sus paredes tiene pintado al gran Cantinflas.

Una mañana en el parque central, los soldados habían puesto una exposición de fotografías de sus actividades. Se acercaban a los jóvenes para invitarlos a alistarse en sus filas. Unas chicas aprovecharon para pedirle a los militares que las dejaran fotografiarse con ellos, pero ellos amablemente se negaron. Al buscar qué desayunar, encontré un lugar donde vendían cochinita pibil. Pedí una torta de cochinita. La dependiente me preguntó: “¿De cerdo o de pollo?”. De primera instancia me extraño y la pedí de cerdo. La cochinita no era como la yucateca: era carne de cerdo con un guiso muy diferente a la cochinita pibil que conozco. Sin embargo, no estaba mal. Así que pedí otra torta, pero de pollo.

En el hotel, las chicas de la recepción platicaban y me recomendaban lugares de visita. Me hablaron de un cerro con una cruz que hacía las veces de mirador, pero había que salir de la ciudad en un taxi para llegar al lugar. Hablaban tanto, supongo que estaban aburridas. No es temporada alta, como llaman los que se dedican al turismo, por lo que creo, que yo era el único huésped.

En todo el tiempo que estuve ahí, no vi a nadie más que a las de recepción, las de limpieza y un hombre que las ayudaba. El último día, al entregar las llaves también bajó un joven con una maleta y abandonamos el hotel. Supongo que también había ido a relajarse a la región de Sotavento y despejarse de la monotonía de la vida.

Acerca del autor

Rolando García de la Cruz
Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.

About Rolando García de la Cruz

Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.