Catemaco, la ciudad de los brujos.

Famosa por sus “brujos”, la ciudad de Catemaco es un destino obligado para quien desee internarse en el sur del estado de Veracruz. Rolando García de la Cruz hace con esta entrada un recorrido por algunas de sus calles y se detiene un poco en sus rasgos más característicos.

He visitado varias veces Catemaco, y en todas mis estancias las actividades siempre habían sido las mismas: caminar por el malecón, visitar la isla de los monos, de las garzas, Nanciyaga, Playa azul o Playa hermosa, la Poza de los enanos, etc.

Esta vez preferí hacer una visita más tranquila y escudriñar al pueblo, descubrir a su gente. A mi llegada, una ligera lluvia caía sobre la laguna, el aire que golpeaba hacía tirar los mangos manila aún verdes. Me instalé en mi hotel y salí a descubrir la ciudad.

Caminé por calles donde encontré un cerrito y en su cima había una ermita dedicada a la Virgen del Carmen. También descubrí su unidad deportiva, donde se estaba dando un encuentro de futbol. La ciudad me parece más grande de lo que pensaba, de igual manera ha crecido en estos últimos años.

En el pasillo del palacio municipal hay un museo al aire libre donde se exponen cinco grandes piezas prehispánicas de roca volcánica, sólo que la gente no es muy respetuosa: había mucha basura y algunas servilletas y vasos sobre las piezas. Sobre el piso alguien había tirado un helado y estaba esparcido por todos lados.

Visité la Basílica donde se encuentra la Virgen del Carmen. En la entrada, una mujer vendía manojos de hierbas medicinales, como la albahaca y otras flores, para que las usaran al visitar a la Virgen. Se había terminado la lluvia y el sol muriendo detrás de los cerros nos regalaba bellos rojos en el cielo.

Al regresar a mi hotel me disponía a ver un poco de la televisión local, pero justo cuando la encendí se apagaron las lámparas y se le fue la imagen a la pantalla. Salí para pedir al gerente que me cambiara de habitación, pero noté que todos los inquilinos estaban en los patios y pasillos. Me informaron que hubo un apagón general y buena parte de la ciudad estaba en penumbras. Esperamos un momento en la recepción y por fin volvió la energía. Así sucedió como en tres ocasiones; finalmente me quedé dormido.

A la mañana siguiente bajé a dar un paseo por el malecón y luego subí a fotografiar a los puestos callejeros del mercado. Ahí encontré el consultorio de uno de los “brujos mayores”. Más adelante compré pan de natas y cacahuates a los vendedores. Al pasar por uno de los callejones que dan al mercado me llamó la atención un antiguo edificio que tenía paredes gruesas, pero sobre ellas habían puesto madera para completar el edificio; arriba había grandes ventanales con barrotes.

Un vendedor de ropa me comentó que ese edificio fue usado para el secado del tabaco en los tiempos del auge tabacalero, después se usó como cine, luego lo dividieron e hicieron locales comerciales. Ahora está abandonado. Me dijo que la dueña es una mujer que no vive en el estado y pone poco interés en la preservación del edificio. Luego me habló de la fiesta patronal que será en julio. No pude evitar preguntarle por los brujos. Refirió que en algún tiempo hubo grandes curanderos, como el los llamó, pero que ahora son “puros charlatanes” que aprovechan la fama de Catemaco para hacer limpias a los bolsillos de los turistas.

Entré a la iglesia con la idea de subir a ver a la Virgen del Carmen, pero como tuve flojera de hacer la fila, esperé a que se fuera la gente. Luego vi que llegaban más personas y se formaban. Cuando pensé que ya no había nadie, subí y me encontré con muchas más haciéndose limpias con las hierbas y flores. Algunas rezaban frente a la imagen, por lo que la gente tardaba en pasar. Yo solo tomé fotos a la imagen.

Por su pie izquierdo había tantos billetes que formaban un montículo. Ahora ya no vi los grandes letreros que decían: “Si traes objetos de oro para la Santísima Virgen entrégalos al representante de Dios en las oficinas de esta basílica, él te extenderá un recibo. Nadie más está autorizado para recibirlos”. Me pregunto si dichos recibos tenían en letras grandes y barrocas “Indvlgenza plenaria”.

Hace muchos años, cuando viajaba hacia el puerto de Veracruz, un sacerdote muy amable se sentó a mi lado y después de hablarme de algunos temas de la Iglesia me habló sobre la Virgen del Carmen de Catemaco. Dijo que ha sufrido muchos robos debido a que la gente dona joyas y se las ponían en brazos, cuello y cabeza. Pero ahora se han vuelto más drásticos.

Se cuenta que ha sufrido atentados. En una ocasión la decapitaron para robarle las joyas; en otra le fue arrancado la imagen del niño, se lo llevaron con todo y brazo de la Virgen. El niño que ahora posa es un sustituto, ya que no se supo nada de la pieza original. Algunos sugieren que han sido auto robos, pues no se sabe de las investigaciones de otros robos que ha sufrido la imagen que fue traída de Valencia, España, por el fraile Diego de Lozada en el siglo XVII.

Luego salí a dar un paseo por las calles cercanas a la Basílica. Mientras pasaba por una de las calles, vi a un hombre limpiando una caja de madera. Continué caminando, cuando reparé en que el hombre estaba en una especie de pequeña galería. Regresé sobre mis pasos y le pregunté si había algún museo o galería de arte en la ciudad. Afablemente me contestó que no, que había más brujos y cantinas que espacios dedicados al arte.

Luego de preguntarme de dónde los visitaba me invitó a sentarme, me habló de las atracciones de Catemaco, de su pequeña galería que montó con su esposa la escultora Beatriz Wiechers. Me invitó a ver los cuadros y las esculturas en bronce que exhiben. Luego dijo que es antropólogo social de profesión y me comentó que estuvo dando cursos de teatro en Europa por algunos años.

Mientras platicábamos, seguía limpiando la caja. Noté que era un pequeño baúl labrado. La escultora Beatriz me dijo que en un viaje que hizo a Hong Kong, salió a navegar con unas amigas y hallaron la caja flotando en el mar. Luego de rescatarla encontró un papel ilegible, la tinta se había regado, manchando el documento debido al agua. Trajo la caja a México. Años después cuando conoció a Julio Gómez el antropólogo, se la regaló; ahora él le estaba dando mantenimiento.

El pequeño baúl es una talla de dos monjes, a juzgar por su falta de cabello, y por el pectoral que usan parecen estar sobre una barca. Al fondo da la impresión de haber un par de montañas y como marco le han tallado hojas y flores en las esquinas. Sobre la madera donde se encontraba la cerradura están esos mismos monjes, que parecen charlar en la misma nave. Después de charlar de varios temas con Julio y Bety, me invitaron a tomar un café por la noche, invitación que acepté. Julio buscó entre las curiosidades de una repisa y sacó una pequeña escultura en barro de una máscara olmeca, es una de las obras de Bety. Me la regaló. Me despedí de ellos y me retiré.

Me dijo que la dueña es una mujer que no vive en el estado y pone poco interés en la preservación del edificio. Luego me habló de la fiesta patronal que será en julio. No pude evitar preguntarle por los brujos. Refirió que en algún tiempo hubo grandes curanderos, como el los llamó, pero que ahora son “puros charlatanes” que aprovechan la fama de Catemaco para hacer limpias a los bolsillos de los turistas.

Tenía mucha hambre y como no quería dejar de conocer la gastronomía local, entré al mercado del lado de las florerías. Llegué a la sección de fondas, donde una ancianita me atendía. Cuando le pregunté que me podía ofrecer, ella dijo: “Tenemos memelas”, enseguida un jovencito juguetón dijo: “Sí, memelas de carne de chango” y se echó a reír; su abuela lo reprendió y dijo: Son de carne enchilada”. Me dio curiosidad y la pedí.

Se trata de una gran tortilla del tamaño de una tlayuda. La embarraron de frijoles y salsa de tomate, luego le deshebraron queso Oaxaca y le pusieron trozos de la carne enchilada. Todo esto con un rico café de olla. Cuando el jovencito me trajo la orden haciendo malabares con el plato, dijo: “Disfrute su pizza” y con una servilleta la tomó por un borde y la dobló como una quesadilla. Otra vez su abuela lo reprendió y a mí no me quedó más que reír de sus ocurrencias.

Por la noche regresé a “Infinito”, el bazar cultural de Julio y Bety. Llevé pan para el café, ya hacía rato que me estaban esperando. Bety me habló del Tarot, de los arcanos mayores que son arquetipos universales y los arcanos menores, que son cuatro palos, a saber: bastos, copas, espadas y oros. Me mostró un libro con las cartas y sus significados. También me mostró trabajos artísticos que ella ha hecho sobre el tema. Luego trajo una bolsita tejida de donde sacó un mazo de cartas muy pequeñas. Las dispuso en un banco. Yo esperaba que me las leyera y dijera algo sobre mi futuro. Pero Julio empezó a hablar de Europa, sus bondades y sus conflictos, de los días que pasó por allá.

Mientras platicábamos, un joven se acercó a observar el bazar. Lo invitamos a pasar para que viera los cuadros y esculturas. Nos apartamos, pues estábamos obstruyendo la entrada. Quitamos los bancos donde pusimos las tazas de café y el pan. El joven entró y miró algunos cuadros, luego tomó algunos objetos y caminó un poco más adentro. De pronto como si hubiera sufrido del síndrome de Stendhal, al salir un tanto apresurado tiró un banco donde había algunos objetos pequeños que quedaron en el suelo, luego tropezó con una mesa.

Se disculpó e intentó recoger algunas cosas. Betty le dijo que no se preocupara y ella se acercó a recoger las cosas. El joven entre desesperado y avergonzado salió disculpándose, casi atropellándonos. Ya afuera del bazar se echó a correr perdiéndose entre los autos estacionados. No nos quedó más que reír y continuar la plática. Entrada la madrugada, recogimos todo. Julio, Bety y su perrita me llevaron a mi hotel y ellos se fueron a “Mimiahua”, que es el rancho donde viven. Queda del otro lado de la laguna de Catemaco, por la carreta hacia Acayucan. En el hotel estuve viendo las publicaciones recientes y las noticias del momento. A la mañana siguiente salí a comprar algunas cosas. Luego tomé el autobús de regreso.

Acerca del autor

Rolando García de la Cruz
Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.

About Rolando García de la Cruz

Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.