En esta tercera entrega de su bitácora de viaje, Rolando García de la Cruz lleva a sus lectores en un recorrido por algunos sitios emblemáticos de la Ciudad de México. La laberíntica y fascinante urbe —capital del país— se deja ver parcialmente a través de sus espacios, colores y sabores mientras leemos.
Apenas bajé del autobús, el frío me hizo temblar. Afortunadamente a mi paso encontré a una vendedora de «guajolotas» (las famosas tortas de tamal), que con unos bancos y su mesa improvisa el restaurante callejero, muy concurrido por cierto.
Un tamal de rajas, otro de mole, un par de atoles de nuez y un pan me reanimaron. La vendedora contaba a los comensales cómo había dejado otros trabajos debido a que los tamales «dejan más», según lo expresó.
Cada que viajo a la capital del país, confundo en el Metro las estaciones, las direcciones y las correspondencias. Siempre miro los mapas con un poco de inseguridad —por aquello de que uno se delata como provinciano—, pero una vez subiendo al primer vagón ya me doy por chilango. Es divertido ver en el Metro a los vendedores, a las tribus urbanas y a todos esos personajes que hacen de la Ciudad de México un mundo divertido, pintoresco y pluricultural.
Después de viajar en la famosa serpiente naranja que es el Metro, me vi frente a la —antes vetada para el pueblo— ex residencia oficial Los Pinos, donde los expresidentes vivían a cuerpo de Emperador. Visité todas las salas, algunas con mobiliario ostentoso, pero la mayoría eran cuartos completamente vacíos: ese Peña se llevó hasta los ceniceros. Subí por la hermosa escalera de la Casa Miguel Alemán, en la que a una humilde familia guerrerense les tomaran la histórica foto donde se contrastan dos realidades de este querido México.
Esperaba ver la laureada película «Roma», de Cuarón, pero cambiaron la programación y no la proyectaron hoy. Aproveché para visitar el Castillo de Chapultepec. Me divirtió escuchar a unos niños decir que la antigua Casa de Guardias del Castillo se parecía al «castillo de Mario Bros». Volví a ver sus colecciones y a escuchar la sinfónica. Aún no han quitado la celebración del cumpleaños de la Emperatriz Carlota. Estaba dirigido a niños, con todos los personajes hechos de tela; habían ambientado la corte, la catedral de Puebla y el baile de la Emperatriz.
Luego de hacer una pausa y degustar unos ricos huaraches, entré al Museo de Arte Moderno, donde estaban exponiendo a la surrealista Remedios Varo. El nuevo acervo era donación de Walter Gruen. Esta colección que la sobrina de la pintora pretendía llevarse a España, y que finalmente se quedó como propiedad de los mexicanos. Tomé tantas fotografías durante el día que se me apagó el celular cuando apenas llevaba la mitad de exposición. Me quedé sin el registro de sus bocetos.
Había caminado mucho durante las visitas, tanto que las piernas me dolían. Tuve que tomar el Metro y regresé al Centro Histórico para descansar en mi hotel y cargar el celular. Más tarde salí a dar una vuelta por el Zócalo. La plaza estaba llena de gente. Lo habían decorado con un jardín de 12 mil nochebuenas rojas y blancas. Dicen que así lucía el Zócalo en los años cuarenta. También habían colocado representaciones del árbol sagrado prehispánico. Los edificios aledaños estaban decorados con imágenes de esferas, pinos, listones, todo de luces de colores. Las familias se tomaban fotos en esos jardines navideños.
Pretendía visitar la Catedral, pero estaba cerrada. Entré al Sagrario donde se ofrecía una misa y en su costado un grupo de danzantes aztecas presentaban un ritual prehispánico. Las danzas, el copal y los colores hacían toda una fiesta maravillosa. A pesar de no ser temporada vacacional, hay demasiada gente. Apenas se puede caminar en Madero. La noche se puso fría. Las tiendas ya habían cerrado; había poco que ver, así que regresé a mi hotel.
Por la mañana hice un recorrido por la calle de Donceles, aún desierta. Tomé el Metro a La Lagunilla. Los vendedores apenas se estaban acomodando. Allí hay tantas cosas interesantes, como inverosímiles. Desde juegos de muebles completos hasta corcholatas. Sobre el suelo ponen sus mercancías. Soy afecto a las antigüedades y todo me parece maravilloso. Después de regatear por una tetera china, me dirigí a comer unos huaraches. A pesar de que sale el sol, aquí no se siente calor.
Regresé al Centro Histórico y aproveché para visitar las exposiciones del Museo Nacional de las Culturas del Mundo. Allí pude ver una colección de Vera Caslavska, la novia de México, y una exposición sobre Japón y poemas visuales de Turquía. En la planta baja había una exposición sobre la visión de la muerte en otras culturas. De lo que me sorprendí es que México no es el único país que ofrenda a sus muertos; muchas culturas en el mundo también hacen altares y ponen alimentos a sus muertos.
Siempre había tenido curiosidad por entrar, así que me dirigí al famoso Café Tacuba. Pedí un chocolate Tacuba y un pay de zarzamoras. Las meseras usaban unos grandes moños blancos en la cabeza. Al fondo, unos hombres elegantes charlaban amenamente. Me gustaron sus murales y grandes óleos. Le tomé una foto a Sor Juana Inés. Mientras disfrutaba del chocolate, la estudiantina acompañaba con música española. Ese ambiente entre pintoresco e intelectual se me antojaba placentero.
Mi siguiente parada fue en el barrio chino, donde observé la cantidad de objetos que allí venden. Sobre la calle hay símbolos que supongo significan «Ciudad de México». Tomé fotos al arco chino y a las sombrillas que colgaban. Luego visité el Museo Memoria y Tolerancia, que tiene en su patio esculturas muy interesantes.
Finalmente, abandoné el otrora Distrito Federal. Se acercaba la fiesta de la Virgen de Guadalupe, así que en la carretera vi a grupos de corredores con antorchas y a ciclistas con imágenes en las espaldas; también autobuses y camionetas con gente uniformada en torno a la Virgen. Unos estaban llegando a la ciudad, y otros salíamos de ella.
Acerca del autor
- Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.
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