Hay una cierta visión de la actual crisis económica mundial que sostiene, no sin falta de tino, que ésta ha llegado a tener lugar, no por conspiración sino por ignorancia.
Según este enfoque, si toda crisis puede definirse —entre algunos otros modos— como un período de franca transferencia de riqueza, lo que distinguiría de manera particular a la iniciada en agosto de 2007, cuando varios de los bancos centrales más importantes se vieron obligados a introducir liquidez a un sistema bancario a punto del colapso, es el desproporcionado desconocimiento existente en torno a los mecanismos ocultos de los mercados financieros.
No es otra la razón de la burbuja inmobiliaria que acabó por explotar y dar origen a las subsiguientes eclosiones en el sistema bancario de los Estados Unidos y de buena parte de los países más desarrollados: convencidas de que la adquisición de una vivienda constituía un activo a prueba de vaivenes, millones de personas se aventuraron a la contratación de créditos concedidos ad líbitum, con los lamentables resultados en materia de ejecuciones hipotecarias y de estrangulamiento crediticio.
Tampoco es otra la razón de que en medio de un escenario tan funesto como el del inevitable quiebre de su sistema de seguridad social, su gigantesca deuda —agravada por el inminente retiro laboral de la generación de posguerra— y un déficit en cuenta corriente insostenible, los Estados Unidos hayan venido fungiendo durante años como el gran redistribuidor —vía su desmesurado consumo— de los fondos y los ahorros mundiales. La crisis refuerza, por otro lado, el declive del gigante norteamericano como motor indiscutible del andamiaje económico internacional y favorece, en sentido contrario, el ascenso de China que acumula desde hace algunos años ritmos impresionantes de expansión comercial y productiva.
George Soros (Budapest, 1930), el legendario inversor y filántropo tildado alguna vez como “el hombre que quebró al Banco de Inglaterra”, debido a sus controvertidas operaciones especulativas contra la libra esterlina en 1992, cree a pie juntillas en una necesaria visión filosófica para comprender el escollo global. Plantea, en ese sentido, su elaborada noción de la falibilidad radical, que no es sino el reconocimiento de la inexorable propensión humana hacia el error en sus juicios sobre los acontecimientos, y articula, de paso, una explicación de lo que denomina su modelo de auge y crisis para la comprensión del singular proceso recesivo que se vive en el mundo.
A lo largo de una exposición que acaba por no ser concluyente, debido en gran parte al heterodoxo discurrir de su planteamiento, Soros introduce lo que denomina su noción de reflexividad de la interferencia.
La reflexividad —escribe—…Nos enseña que la búsqueda de la verdad es importante, precisamente porque las concepciones erróneas tienden a generar consecuencias adversas no queridas…Eso puede ser parte de la influencia de largo alcance que ha ejercido la tradición de la ilustración y, más recientemente, el lenguaje posmoderno sobre la visión del mundo que tiene la gente.
Siendo, como es, una “teoría” sobre la historia, la reflexividad de la que habla Soros aplica a su modo, para el caso de los mercados financieros, las nociones de verificación y de lógica inductiva de las que hablara Karl Popper, su célebre maestro en la London School of Economics. ¿Lo consigue a la hora de hacer un examen de las causas de la debacle? Digamos que parcialmente, a juzgar por la indeterminación a la que apuntan las conclusiones en el libro. Es decir, Soros cuenta entre sus objetivos el no llegar a ninguna certidumbre a través de su modelo; en cambio intenta ofrecer una idea palmaria del modo en que los agentes económicos se comportan para terminar dando lugar a las recurrentes crisis que asuelan a los mercados.
La tesis del libro es, por consiguiente, simple: la crisis internacional se explica porque la percepción sesgada de los actores económicos determina los precios del mercado, lo que conduce de forma irremediable a modificar los fundamentos “reales” que tales precios reflejan. El corolario que se desprende de semejante hipótesis constituye, por otro lado, el soporte argumental del célebre multimillonario en torno a la compleja coyuntura. La economía mundial experimenta el colapso de una “superburbuja” alimentada por décadas, lo que era perfectamente previsible a la luz de un proceso destinado en principio a autorreforzarse y posteriormente a autodestruirse.
Con una crítica que, al bies, fustiga el esnobismo del mercado y la postura mistagógica de los economistas que creen en el equilibrio irrenunciable de las expectativas racionales, el planteamiento de Soros tendría por lo menos dos grandes atributos: atina, por un lado, al afirmar que los ciclos de auge y crisis conllevan descargas (efectos de doble sentido entre los precios del mercado y sus bases reales) bajo la forma de grandes apalancamientos —emisión de títulos a precios muy inflados—, y se aproxima, por otra parte, convincentemente al origen de una crisis que asocia a la desregulada expansión crediticia inaugurada por el monetarismo de la era de Reagan y a la asimétrica globalización que supusieron, después del shock de 1973, los petrodólares.
Sin ser concluyente y sin dar al lector otra cosa que un breve repaso filosófico de cómo funciona el mundo, de cómo los mercados financieros están destinados una y otra vez a reflejar los yerros y las inexorables limitaciones de la conducta humana, la aproximación de este controvertido especulador, filántropo y activista liberal a las causas y las particularidades de la crisis actual inquieta finalmente por una gran razón.
Hacia el final del libro, una vez que ha discurrido sobre lo que denomina sus “experimentos en tiempo real”, los mismos que –afirma– le han permitido sortear con éxito crisis como la de los “conglomerados “de los años sesenta, la de las sociedades de inversión inmobiliaria en los setenta y la de la crisis bancaria internacional de los ochenta, Soros se apresta a encarar una crisis que él identifica como un punto de inflexión en el contexto de la actual reconfiguración económica y geopolítica del mundo.
Lo hace con la confianza de ser quien es en el ámbito de los mercados financieros, pero también con el patetismo del que está convencido que no habrá soluciones duraderas a una crisis anclada en la incertidumbre. Afirma por eso: “La actitud posmoderna hacia la realidad es mucho más peligrosa. Mientras que ha ganado a la ilustración por la mano descubriendo que la realidad puede manipularse, no establece como requisito la búsqueda de la verdad.”
La clave del giro inevitable que padece la economía quizá se encuentre en ese rancio desconocimiento del engranaje social que acompaña a las mayorías; de ésta depende en grado sumo que la ignorancia no asiente sus reales en el cambiante escenario de la realidad posmoderna que, para bien y para mal, ha llegado para quedarse de modo indefinido.
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Acerca del autor
- Macultepec, Tabasco (1975). Economista y escritor. Autor de "Bajo el signo del relámpago" (poesía), "Todo está escrito en otra parte" (poesía) y "Con daños y prejuicios" (relatos). Ha publicado poesía, ensayo y cuento en diferentes medios y suplementos culturales de circulación estatal y nacional.
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