El presente texto fue preparado por mí para ser leído en la mesa redonda que, con motivo del homenaje que le rindiera la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco al escritor y politólogo Federico Reyes Heroles en 2012 (en el marco de la Feria Universitaria del Libro), se llevó a cabo como parte de la inauguración de la Feria de ese año. Más que aproximación detallada a la obra en su conjunto del autor de Noche tibia, el texto es un recuento panorámico de algunas de las preocupaciones centrales del entonces escritor homenajeado.
Comienzo con una hipótesis que nada ha de tener de original ni de sugestiva: en un mundo como el nuestro, donde la imagen se impone y en el que la sociedad relativiza los más acendrados absolutos; en un tiempo en el que los reality shows parecieran trasplantarse sin mayores aspavientos al ámbito de lo público y en el que lo privado se trivializa, la política —sí, aquélla de la que hablara Aristóteles en su basal obra transmilenaria sobrevive entre nosotros por contradicción humana ineludible y por constitución social imperfecta, aunque perfectible.
La política, hoy, ocupa el sitio prominente que en la Atenas del siglo V, antes de Cristo, tuvo en los albores de la sociedad organizada, pero pocos dudarían que ese “ordenamiento de la ciudad”, de la Polis, que su raíz etimológica sugiere, tenga un idéntico sentido una vez terminados dos milenios de la era cristiana y ya entrado en años el siglo XXI. A esa resignificación de la política, a su mudanza necesaria, parece destinar Federico Reyes Heroles (Ciudad de México, 1955) buena parte de una obra obstinada, en cierto modo, con dirigir hacia el hecho político una mirada ajena al academicismo y más próxima al humanismo filosófico.
Si bien Locke, Montesquieu y Rousseau —los padres de la llamada política racionalista— iluminan al autor de Conocer y decidir (2003), también las preocupaciones que lo llevan a inquirir e inquirirse por el estado actual del mundo, por el curso futuro de Iberoamérica o por la corrupción galopante en México hunden sus raíces en aquel lejano movimiento cultural y filosófico surgido con el Renacimiento.
Ello significa que, bajo la óptica de Reyes Heroles, la política no puede explicar por sí misma su preeminencia secular en la constitución de las sociedades modernas, a riesgo de extraviar el origen de su avasallador protagonismo. Hace falta, claro, la mirada de la Historia, para entender su ascenso delirante, pero también la de la imaginación para construir los escenarios futuros de sus reacomodos. “Imaginar el pasado”, escribe, pues, quien —desde los linderos de la literatura y del periodismo— se sirve de la palabra para indagar sobre el problemático siglo XX, y el no menos caótico siglo XXI, y desde la imaginación intenta diseccionar lo que la teoría, o la ciencia política, no pueden desentrañar sin menoscabo de una visión más perceptiva.
De manera que, para Reyes Heroles, no hay comprensión ni puesta en práctica “del espíritu de las leyes y de los valores políticos” sin aspirar al previo entendimiento de las dimensiones morales y culturales que subyacen a una constitución social en su conjunto. Así se lee, por ejemplo, en Entre las bestias y los dioses (2004), libro destinado a examinar algunas de las interrogantes —vigentes en México y en buena parte de los países de América Latina— que rodean a las inconclusas respuestas en torno a los dilemas democracia-autoritarismo, identidad nacional-globalización, ciudadanía política-vasallaje neoconservadurista:
Existe entonces una finalidad moral y ética que nos distingue de la bestia. Así entendidos, el Estado y la sociedad, como cimiento, no son un hecho fortuito. Por el contrario, son el fruto de actos deliberados, de una construcción sistemática de valores comunes, que abarcan a un grupo humano. La sociedad y el Estado son, antes que nada, un hecho cultural.
Moral y ética, pues, como garantes de humanidad frente al asedio de la conducta bestial. La ciudadanía reclama ciudadanos capaces de asumir sus compromisos con la civitas, con la colectividad que los acoge desde el hecho mismo de su nacimiento, pero la virtud de honrar la ley, de respetarla al amparo del contrato social que la solidifica, no es siempre privilegio de hombres y mujeres cercados por la fatalidad de una cultura política endeble o francamente precaria. No es con la política, concebida como ejercicio del poder en un escenario de conflicto de intereses (Duverger) o como dialéctica inexorable entre amigos y enemigos (Schmitt) como la sociedad contemporánea habrá de asumir su ciudadanía, sugiere Reyes Heroles en un tramo considerable de su obra.
La tarea reclama otros enfoques y es responsabilidad de quienes deben ejercer la gobernanza (palabra particularmente cara a los procesos de cambio global observados en años recientes), admitir el complejo entramado que supone el nuevo rostro del mundo. De aquí la preocupación de nuestro autor por encontrar, frente a las debilidades de la democracia liberal, observables en países como México; ante la amenaza regresiva del autoritarismo en una franja apreciable de naciones, y de cara a la ausencia de valores cívicos y políticos entre un porcentaje cada vez mayor de la población (Latinobarómetro, Encuesta Mundial de Valores), vías posibles para un verdadero liberalismo constitucional.
Pero una cosa ocupa de manera particular la atención de quien ha puesto su talante intelectual y su apostura crítica al servicio de esa construcción ciudadana tan vinculada al Estado de Derecho y a la legalidad. Tal cosa —tal manifestación humana de raigambre ancestral— es la corrupción. Al respecto, Reyes Heroles señala: “…bastaría con forjar hombres de acero, incorruptibles, para que las cosas cambiaran. Pero el mundo está habitado por hombres comunes. Un recetario sustentado en la vida de los ángeles sirve de poco.” Lo que sirve, pues —sugiere en uno de sus ensayos de Entre las bestias y los dioses— no es la moral individual, imposibilitada para mudarse en moral colectiva; lo útil es la admisión del fenómeno y su correspondiente erradicación.
Causa de subdesarrollo y atraso transgeneracional, la corrupción, según han reconocido instituciones como el Banco Mundial, ensombrece los logros de cualquier gobierno y pone en entredicho sus esfuerzos institucionales para procurar a los ciudadanos prosperidad y justicia. No es de extrañar, en ese sentido, la labor de Federico Reyes Heroles al frente del Capítulo mexicano de Transparency International. El enfoque independiente, ajeno a cualquier instancia gubernamental, de dicha organización ha contribuido notablemente al debate sobre el impacto de la corrupción a escala planetaria y, para el caso de México, ha permitido una comprensión más robusta de las causas y los efectos de una práctica común en el país, convertida en verdadero lastre para lograr, entre otras cosas, la eficiencia económica y las oportunidades de crecimiento.
Si algo distingue a la labor del autor de Alterados: preguntas para el siglo XXI (2009), a su acuciosa tarea escritural, es su voluntad por otear el futuro a partir de las interrogantes del presente. Lo mismo se pregunta por el destino de una Iberoamérica diversa, pero desunida, que por la salud de los Estados-Nación en el contexto del orden global que amenaza con devorarlos. Igual sugiere cálculos y proyecciones de la verdad que representan, desde las cifras, las tendencias demográficas en Europa o en América Latina que especula sobre el impacto de la tecnología y la educación en el futuro que ya nos alcanzó o estará, inminentemente, por alcanzarnos.
“El futuro tiene muchos nombres –escribió Víctor Hugo–. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad”. Si se trata de avistar el porvenir para tomar de él lo que más conviene, Federico Reyes Heroles es aquí un aventajado. Sabe que el futuro puede ser deprimente y, por momentos desolador, pero el ahora —ese presente que es “la viviente suma total del pasado”, como escribiría Thomas Carlyle— contiene en sí mismo los elementos necesarios para hacer del viaje hacia la tierra, apenas avistada, de lo que no ha acontecido todo un acontecimiento disfrutable.
En ese sentido, la obra hasta ahora publicada del también autor de Noche Tibia (2007) y Ante los ojos de Desirée (2008), precisa de otras claves para entender su ambiciosa aspiración de comprender el tiempo en que ha transcurrido su escritura y su aparición. Habría que entender —es cierto— la inquietud del Reyes Heroles, politólogo, a partir de la herencia indiscutible de la que es poseedor, pero, qué duda cabe, también de su experiencia vital. Nacido en la década de los cincuenta, ha visto transcurrir la segunda parte del siglo XX y el inicio del nuevo siglo y ha sido testigo de la vorágine a la que la cosa pública ha sido sometida por el, no pocas veces, cruento cambio social. Ha atestiguado, en México, el ascenso y el descenso de los poderosos de turno, tanto como la transición a un régimen democrático que no acaba de sentar sus reales entre nosotros.
A ese politólogo que no descree de la política, pero que cree en su necesaria reconfiguración al servicio de los valores ciudadanos; a ese observador atento de la transparencia en el ejercicio de los deberes públicos, habría que sumar al humanista, al escritor que sirve a la palabra porque sólo desde ella se explica a sí mismo la compleja relojería de la vida. A estas alturas, no me queda la menor de las dudas de que, si bien, Federico Reyes Heroles ha creído encontrar en este inicio de milenio una nueva especie de Mal del siglo, acaso más virulento que el que dejaran en herencia el racionalismo y la ilustración, también ha querido ubicar entre tras las huellas del desencanto y del tedio una ventana hacia las eternas preguntas planteadas por la filosofía:
…pero más allá de ello la utilidad de estas preguntas [las preguntas del célebre “Cuestionario Proust”, a las que Reyes Heroles hace referencia al final de su libro Alterados (2009)] para indagar en nuestra muy particular forma de leer la vida sigue siendo enorme. Después de teorías, discusiones complejas, confrontaciones, quizá vale la pena levantar por un momento la mirada, tomar aire y preguntarnos por nuestra propia interpretación.
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Acerca del autor
- Macultepec, Tabasco (1975). Economista y escritor. Autor de "Bajo el signo del relámpago" (poesía), "Todo está escrito en otra parte" (poesía) y "Con daños y prejuicios" (relatos). Ha publicado poesía, ensayo y cuento en diferentes medios y suplementos culturales de circulación estatal y nacional.
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