Cantos lejanos (fragmento), de Norma Salazar.

• 

Entre  el maremagno de las olas oscuras rugían pequeñas y grandes fuerzas que debatían su estancia más allá de lo visible. Ojos ávidos, manos fuertes, grandes fauces y estremecedores ruidos se desgarraban, vigilantes y voraces, haciendo que del polvo de los destruidos, surgieran otros seres hambrientos. Vientos fríos y cálidos se entrelazaban arañándose con sus caricias y alimentaron las mareas con secretos resplandores. Todo se infundía en grandes calderos que destilaron un desierto de obsidiana en lejanas nubes tormentosas.

El desierto llovió sobre pasajes de arcoiris enfriando con finas hojas de hielo los destellos de mágicos pensamientos dorados. Esas sombras del caldero descendían extendiendo sobre olas esmeraldas fangos de vapor que secaban el azul agua de sus frágiles tallos. Se pulverizaron bosques de la esperanza bajo un domino de vientos secos y extremidades de la discordia, erosionando con fuegos cordilleras y montes.

Ríos de transparencia fugaz fueron devorados por grandes cavidades de abismos infinitos donde asomaban ojos redondos con el brillo de espléndidos mundos antiguos y  oscuros. Voces cantaron notas grandes y largas, inscribieron en acerina letras que pronunciaban palabras esenciales de fuerzas invisibles  en la eterna oscuridad.

Palabras gestadas en la tormenta cayeron en el campo árido de cantos nuevos, en forma de cabras negras. De pelaje corto y fino, pasaban la arena de cruentas luchas en el desierto de la ociosidad y del hambre, en el mismo mar seco que las concibió. Manchas dispersas en un lago amarillo, se reunieron un día en círculo y balaron el nombre secreto de ese lugar. Retumbaron entonces las raíces profundas de la tierra, gimieron de dolor las rocas marchitas y fue cuando la palabra tomó forma de velo negro, transparente, dejándose llevar por suaves aires. Una mano de caoba extendió su palma ofreciendo un bello lugar que lo resguarde. Sólo entonces los árboles volvieron a crecer.