1. Debió de ser un sábado de aquellos. Mi amigo, el escritor Luis Alonso Fernández Suárez, sostenía en su mano diestra la pluma con la que corregía, o con la que se ayudaba, para descifrar el último de mis conatos narrativos, cuando me miró elevando la vista por sobre sus anteojos.
Yo le había dicho momentos antes que el cuento, el arte propiamente dicho de contar historias, se me dificultaba en grado sumo, a lo que respondió con un escudriñamiento inquisitivo. «Contar historias», me dijo, «pero si es como dibujar sobre un papel una imagen cualquiera.»
Para entonces, Luis Alonso no debió de haber reparado en que —a diferencia de él mismo— en materia de arte gráfico o de pintura se encontraba en presencia de un lego, pero su afirmación fue suficiente para acercarme a la relojería de sus procedimientos en el viejo arte de escribir ficciones.
Luis Alonso Fernández Suárez —el conductor del taller literario sabatino que desde hace ya algún tiempo alberga el local de la Sociedad de Escritores Tabasqueños en la calle Sáenz, el reacio promotor de la lectura entre viejos y jóvenes, el (a su modo) Quijote de la divulgación científica en una tierra de bárbaros como la de Tabasco— me hablaba de la naturalidad de escribir un relato como si de imaginarlo y dotarlo de palabras, sin el a veces doloroso tránsito de la imaginación al verbo, se tratara.
2. Uno lee los dos libros de relatos breves publicados hasta ahora de Fernández Suárez (Tenosique, Tabasco,1952) y pronto se da cuenta que el terreno que pisa es una tierra sin grandes vistas escarpadas, sin pendientes que extravíen la mirada y sin recodos aparentes durante el recorrido. Suele haber un dibujo general en ellos. El dibujo es, por lo general, la idea que detona su microcosmos, en tanto que personajes y trama se desprenden de la idea como sus inevitables consecuencias.
En Historias del principio (FECAT-UJAT-SET, 1999), Fernández Suárez practica la naturalidad del que cuenta una historia que le ha sido revelada o permitida. Lo mismo pueden encontrarse divertimentos escritos porque sí, porque la historia, surgida, de seguro, de un chispazo en la mirada lúdica —y a ratos irónica— de su autor ameritaba un vuelco imaginativo, que reelaboraciones breves, por momentos sentenciosas, de viejos temas y mitos.
En este sentido, es probable que buena parte del aliento cuentístico del autor de Historias del principio tenga que ver con ese ánimo suyo de reinterpretar y escudriñar leyendas, mitologías fundacionales preñadas casi siempre de filosofía. ¿Cómo entender, sino de ese modo, su gusto por la reescritura de temas como los proveídos por la cosmogonía bíblica, los ritos iniciáticos masones o la imaginería prehispánica observable en una danza como la de los cojós, tradicionales de su natal Tenosique?
3. La natural propensión de Luis Alonso Fernández hacia una escritura despojada de imbricaciones argumentales, sin giros escabrosos y sin regodeos lingüísticos me lleva, por otro lado, a confirmar que nada más lógico en una escritura como la suya que el relato dirigido a lectores atentos antes que a la forma de sus cuentos al enhebrado de sus historias.
Lo confirmo de manera particular a partir de la aparición de Cuentos de la manada (UJAT, 2010), su segundo libro. Volumen dirigido, en principio, a un público esencialmente infantil y juvenil, el libro abunda en esa especie de búsqueda de la palabra inicial a la que aludía parcialmente Historias del principio.
Aquí, mito y fábula se entreveran de modo indisoluble para dar paso, tras una lectura atenta del conjunto, a una suerte de verdad poética que echa mano de recursos eminentemente alegóricos y metafóricos, propios del género que Hesíodo inventó siglos antes de nuestra era. A diferencia de su libro anterior, donde la diversidad temática se imponía por sobre la unidad del volumen, en Cuentos de la manada la noción de integridad de esta pequeña obra proviene de su moraleja, la base ética que soporta a las acciones narradas para ese grupo de lobos feroces, testigos del principio de los tiempos.
Luis Alonso Fernández Suárez —convertido, pues, tras esta feliz entrega de nuevos relatos, en una especie de Jean de La Fontaine asomado a las rendijas del siglo XXI— es un escritor que prosigue por otros medios su pasión denodada por el cultivo de la literatura; un autor empedernido que cree, pese a toda indicación en contrario, en el influjo de las letras en las nuevas generaciones de lectores.
4. La mañana de aquel sábado debió de haber transcurrido como casi siempre en las añanas sabatinas en el taller literario coordinado por el experimentado narrador, hombre de ideas y de ágil conversación que es Luis Alonso Fernández. El maestro había terminado de leer con atención los manuscritos de quienes asistíamos a sus provechosas sesiones como «partero» de textos literarios, así que, tras sus comentarios de rigor y la crítica más o menos certera de los asistentes en torno a los trabajos presentados, nos fuimos a la calle como aspirando una realidad indispensable para la previa ingesta de palabras.
Luis Alonso no hablaba ya de enmendar páginas o de «desfacer entuertos» a punta de escrituras, pero en cambio discurría sobre autores y libros. Cuando nos despedimos esa tarde, creo haber caído en la cuenta de que la amistad que nos une desde varios años es, sobre todo, libresca. Me gusta escucharlo cuando habla de sus viejos autores, de sus filósofos intemporales y de su darwiniana perspectiva de la vida.
Libro en mano, como todo un caballero —libre y vivo— con el arma en ristre, Luis Alonso Fernández blande contra el mundo su absoluta creencia en las palabras, acaso el único gran motivo de todas las religiones. Allí la clave de estas breves líneas. Allí y, tal vez, en nuestra implícita certeza de que un día, para bien, cambiará lo que Borges sentenció como «la paradójica suerte de los poetas».
Acerca del autor
- Macultepec, Tabasco (1975). Economista y escritor. Autor de "Bajo el signo del relámpago" (poesía), "Todo está escrito en otra parte" (poesía) y "Con daños y prejuicios" (relatos). Ha publicado poesía, ensayo y cuento en diferentes medios y suplementos culturales de circulación estatal y nacional.
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