Algo tienen los poemas de De tierra pagana, el libro de Francisco Murillo Cruz por el cual se hizo acreedor al Premio Tabasco José Carlos Becerra en su edición 2001, que dejan entrever reminiscencias de un lenguaje poético anclado en la geografía.
Pero no la geografía llana y reduccionista que todo lo sitúa en términos de espacios y de coordenadas limítrofes. Se trata de una geografía vital cuya extensión alude justamente a la tierra en cuanto origen de errancias y destinos, de desencuentros y reconciliaciones.
Los poemas de De tierra pagana aluden al trópico, a su humedad y su entredicha condición de selva virgen, mas de una perspectiva que acerca el escenario local de la cultura húmeda y selvática al universo abigarrado de las imágenes poéticas. Porque al final el río, la lluvia, el mar, los árboles y los pájaros son para Murillo Cruz la forma de decir que en el trópico –la tierra pródiga del poeta– los símbolos por antonomasia de la poesía –el amor, la vida, los otros– encuentran formas únicas de esclarecimiento. Y viceversa: lo que en verdad tales símbolos intentan expresar es la inefable unicidad del trópico como territorio en el que todas las variantes de la palabra poética tienen cabida.
Francisco A. Murillo Cruz, De tierra pagana, México, Instituto de Cultura de Tabasco, 2001, 71 pp.
Y aunque este nombrar cuanto de único se encuentra en el ámbito multicolor e indescifrable de la selva-trópico se ha convertido en motivo para varios poetas nacidos en el sureste mexicano –el trópico de Murillo Cruz se parece mucho al trópico de poetas contemporáneos como Efraín Bartolomé, Juan Bañuelos, Óscar Oliva, Francisco Hernández, José Luis Rivas– lo que de suyo marca a la práctica poética que discurre en De tierra pagana es la referencia concreta y precisa a la naturaleza tropical de Tabasco, la tierra a la que el poeta vuelve, ensimismada e irremediablemente, la mirada.
Ya antes, en el libro colectivo Levantar la voz que reunió a un grupo de jóvenes con balbucientes y entusiastas propuestas poéticas, Murillo Cruz perfilaba su personal asimiento a las imágenes simples y directas, descarnadas y en cierto modo comprometidas con un universo propio en el que lo real y definido surcaban de palmo a palmo unos poemas dirigidos más bien a dar cuenta del mundo geográfico y personal del autor.
Para Murillo Cruz, por consiguiente, pareciera que la poesía refrenda el gran sitio que le corresponde dentro de los géneros literarios sólo cuando transmite esa visión tan próxima y terrena que rodea al creador en la intimidad desde la cual escribe, cuando el poema refleja lo inmediato sin perderse en vaguedades ajenas a la mirada escrutadora del trabajo poético. Nada más inmediato, así, que la tierra donde ha vivido el poeta.
De tierra pagana se asemeja, por su intención de apreciar desde la visión desacralizadora del verso al sitio en que se ha crecido, a algunas otras obras iniciáticas como Fervor de Buenos Aires, de Jorge Luis Borges y Crepusculario, de Pablo Neruda, ambas señeras del posterior desarrollo literario de tales escritores. Contra la concepción paisajista que pretendiera aislar los poemas del libro de Murillo Cruz en la sola tradición pelliceriana de la naturaleza tropical tabasqueña, cabe la distinción en la cual pareciera basarse la intencionalidad del libro: De tierra pagana expresa, fundamentalmente, y desde una perspectiva erótica –el amor como fusión de los contrarios– y mítica la singularidad de una tierra más propicia para el arrobamiento que para la contemplación extática.
Todo converge allí: la aparición de cuerpos en al acto amoroso, las pasiones ocultas, la mirada encendida de quien observa y calla, las traiciones entrevistas tras el telón del paisaje nombrado. Una verdadera colección de paganismo, sugiere el propio título del libro, erigido a la sombra del trópico como única religión posible. La mujer significa, por otra parte, en De Tierra Pagana el origen de esa imposible forma de amor que es el amor a medias, el amor que se desvanece entre la osadía efímera de la infidelidad de los amantes. (Toda tú eres una hoguera misma/ el beso/ la piel/ el mordisco/ Llama quemando los baldíos del recuerdo/ Esclava de la noche y el amanecer/ Me han dicho que te has prostituido).
La tierra misma es, en cierta forma, otra mujer, la gran mujer sobre la cual discurre el discurso poético desde sus comienzos (Tierra mía/ dócil para el extranjero/ cruel con tus precursores a quienes exiges más/ de lo que pueden dar/ Sin embargo nos perteneces/ eres nuestra/ prostituida/ libre y diáfana).
Y así va enhebrando el poeta esa masa heterogénea de poemas en la que la forma no suele ir acompañada de un sentido unívoco, sino de una determinación por enunciar realidades indefectiblemente unidas al ser de ésta que es –por contraposición a la de Anáhuac, de Reyes– “la zona más húmeda del aire”. Murillo Cruz extiende, pues, el alcance de su mirada poética a zonas que toca tangencialmente: los habitantes indígenas y su relación filial con la naturaleza hermética de la selva, el petróleo y su doble condición de infierno y remedo de paraíso, la historia como ciclo inexorable. De tierra pagana termina por construirse a sí mismo cuando da cuenta –así sea de forma tenue y, por momentos, velada– del mito caótico del Trópico como tierra irredenta y, paradójicamente, edénica.
¿Habría que destacar el que el libro de Murillo sea algo así como el “retorno a la visualización del trópico” en un contexto como el de Tabasco, en el que las producciones poéticas recientes tienden a la dispersión derivada de la disyuntiva entre intimismo y recreación verbal, entre iluminismo y mito? Porque en efecto, a la manera de toda una corriente de enunciación lírica, muy propia de la actual poesía hispanoamericana, el yo poético de se planta frente a la realidad que lo subsume para describirla con múltiples recursos. Abundan así: las metáforas que desplazan lo descrito para dotarlo de dimensiones entrevistas, los apóstrofes líricos en donde el poeta dialoga con un “tú” que es también un desdoblamiento de sí mismo, la exteriorización de sentimientos –tan propio del lenguaje de la canción– en donde el objeto y el yo se funden para dar paso a una manifestación de interioridad apenas contenida.
Sean de aquellos poemas que parecen representar una obra plástica congelada en el lienzo, sean esbozos de un trazo dinámico que habrá de madurar y discurrir como una sinfonía detenida, los de Francisco Murillo cumplen, para ser los primeros que conjunta en forma de libro enteramente suyo, con la función de transmitir al lector –esa inextricable contraparte del acto creativo– imágenes y emociones que sólo la poesía, cuando proviene del trasfondo y las percepciones no simuladas del poeta, provoca.
El trópico de De tierra pagana, lo he dicho antes, no es por completo de Francisco Murillo. Suya es, en cambio, la osadía de peregrinar de vuelta a un espacio que ya comienza a parecernos irreconocible de tan evidente.
Acerca del autor
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Francisco Payró
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Macultepec, Tabasco (1975). Economista y escritor. Autor de "Bajo el signo del relámpago" (poesía), "Todo está escrito en otra parte" (poesía) y "Con daños y prejuicios" (relatos). Ha publicado poesía, ensayo y cuento en diferentes medios y suplementos culturales de circulación estatal y nacional.