El lugar donde los hombres se convierten en dioses

Una visita a la zona arqueológica de Teotihuacán —«el lugar donde fueron hechos los dioses»— es la que comparte con sus lectores Rolando García de la Cruz en esta su novena Bitácora de viaje. Como vestigios civilizatorios de una cultura surgida alrededor de mil años antes de Cristo, las pirámides que atestiguan el paso de nuestro viajero iluminan el presente y el futuro de México desde su pasado portentoso.

La mañana era fría, por lo que pedí un atole de arroz con una guajolota. Todo eso fue tan llenador. Necesitaba aguantar por lo menos medio día. Luego tomé el trolebús que me llevó a la Central de Autobuses del Norte. Ahí compré el viaje a Teotihuacán.

Sólo esperé unos minutos para poder abordar un antiguo autobús. Por la ventanilla pude ver una gran comitiva de ciclistas que llevaba la misma ruta y en el camino se les iban uniendo otros. No sé si sean del programa «muévete en bici», pero al menos se estaban ejercitando y conviviendo.

Por consejo de un amigo, para evitar las aglomeraciones traté de ir como primer punto de visita a la zona directo a la Pirámide del Sol, pero equivoqué la entrada y me fui directo al templo de Quetzalcóatl. Desde la cima de la pirámide que está enfrente, descubrí lo alejado de mi primer objetivo; no me quedó más remedio que iniciar mi recorrido desde ahí. Recordé que debajo del templo de Quetzalcóatl se descubrió un túnel hace algunos años, iniciando el llamado proyecto Tlalocan. Se cree que representa el inframundo. La parte superior del monumento está decorada con grandes mascarones de la serpiente emplumada y de Tláloc. Sobre este cuerpo no se puede subir, sólo tomar fotografías desde la pirámide contigua. Bajé para estar más cerca de la pirámide y ver los detalles de los relieves.

Di vueltas por la Ciudadela con la intención de caminar directo a la Pirámide del Sol, pero el área estaba cerrada. Tuve que volver sobre mis pasos y caminar hasta encontrar la Calzada de los Muertos. Una mujer me sugirió que, para evitar estar subiendo y bajando los peldaños de las estructuras de la Calzada de los Muertos, tomara el atajo por el museo para salir detrás de la Pirámide del Sol. Pero como yo quería recorrer la calzada avancé ascendiendo y descendiendo en cada patio.

Un globo aerostático surcaba los cielos teotihuacanos con una tranquilidad que contagiaba. Apenas dio una vuelta por los alrededores, regresó para descender muy cerca de la zona. Era de colores brillantes. Me gustó ver la sombra que proyectaba sobre las pirámides. Debe de ser una maravillosa experiencia subir a uno de ellos, observar y tener casi la vista completa de Teotihuacán. La zona arqueológica me pareció un poco descuidada. Había mucha hierba, zonas mal drenadas de agua de lluvia, es decir charcos y por ende lodo. La caminata era larga, pero valía la pena recorrer esa calzada. A lo lejos vi la Pirámide de la Luna que ya estaba llena de visitantes. Los rayos de sol empezaban a hacer sus estragos y yo no llevaba nada para cubrirme.

Para cuando llegué a la Pirámide del Sol, ya había mucha gente congregada en la cima. Subí sus 238 peldaños para llegar a la cumbre. Quería subirlo de un solo «tirón», pero no pude debido a que la gente obstruía el paso. Lo hice en varios descansos, mientras la gente ascendía lentamente. Desde la cima podía verse la Pirámide de la Luna y todas las estructuras que forman esa gran ciudad. A pesar del sol, estaba abarrotada de nacionales y extranjeros. Después de disfrutar la vista y el aire, bajé entre hordas de visitantes. Un hombre llevaba a su hijo como de seis años en brazos. Dijo que su meta era llegar a la cima sin poner en el suelo al niño. No sé si lo logró. Luego me dirigí a la Pirámide de la Luna, pero antes pasé a admirar el gran mural del jaguar. Desde la Pirámide de la Luna se pude ver toda la Calzada de los Muertos y la gran mole de la Pirámide del Sol.¡Qué belleza!

El Palacio de Quetzalpapalótl o «de las mariposas» es un bonito edificio de murales y quetzales con mariposa en sus pechos, grabados sobre pilares. Por un lado está el Palacio de los Jaguares, donde todavía se pueden observar restos de pinturas murales representando jaguares con grandes tocados de plumas, y algunos objetos como conchas sobre sus lomos. Los jaguares soplan caracoles marinos de donde salen vírgulas del sonido. Enseguida hay dos salas que contienen murales con animales mitológicos. El Templo de los Caracoles Emplumados se encuentra debajo del palacio de Quetzalpapalótl. Presenta murales con aves parecidas a pericos soltando chorros de agua de sus picos hacia flores amarillas, con gotas cayendo. En esos pasillos subterráneos hay unas escaleras que dan a una puerta a la que no se tiene acceso. Sobre sus costados hay unos relieves de flores de cuatro pétalos y caracoles decorados con plumas.

Un globo aerostático surcaba los cielos teotihuacanos con una tranquilidad que contagiaba. Apenas dio una vuelta por los alrededores, regresó para descender muy cerca de la zona. Era de colores brillantes. Me gustó ver la sombra que proyectaba sobre las pirámides.

Fue aquí en Teotihuacán donde, según el mito azteca, el soberbio dios rico Tecuciztécatl se acobardó cuatro veces; en cambio el dios Nanahuatzin, a pesar de su pobreza y enfermedad, no dudó en cerrar los ojos y lanzarse al fuego. No estaba permitido un quinto intento, pero Tecuciztécatl avergonzado se lanzó al fuego detrás del dios pobre. Nanahuatzin se elevó brillante por el Oriente convertido en el Quinto Sol, y justo detrás de él surgió Tecuciztécatl también convertido en sol. Como no era posible tener dos soles, tuvieron que lanzarle un conejo al segundo sol y detener su marcha. Sólo hasta que Nanahuatzin había cruzado los cielos con su nuevo nombre, Tonatiuh, se le permitió avanzar a Tecuciztécatl convertido en la luna.

Cuando salí de la zona arqueológica, un grupo de personas vestidas con trajes regionales estaba formado en dos filas como en procesión. Los dos primeros de la fila eran un hombre y una mujer: ella llevaba un incensario y flores; él con el cabello negro, tan largo como el de ella, llevaba una caracola reina con la que tocaba levantando el instrumento mientras hacía un sonido fuerte y alargado. Los de atrás igual llevaban incensarios, flores, plantas y otros instrumentos musicales. Las filas eran largas, algo así como más de veinte personas en cada una de ellas. Tardaron en entrar a la zona, pero cuando lo hicieron era como si estuvieran en una festividad.

Ya fuera de la zona arqueológica, mientras esperaba el autobús de regreso, una joven me ofreció tlacoyos de maíz azul rellenos de frijoles y habas. Sobre ellos puso una ensalada de nopales y salsa roja con queso. Eran una delicia y para acompañarlo me dio un agua de tunas. Satisfecho, regresé a la Ciudad de México.

Acerca del autor

Rolando García de la Cruz
Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.

About Rolando García de la Cruz

Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.