Xi’an, la ciudad del ejército eterno.

Para esta entrada que continúa la serie de sus bitácoras de viaje por China, Rolando García de la Cruz interna a sus lectores en los recovecos, la comida y el abigarrado paisaje humano de Xi’an. La antigua capital del imperio chino —otrora extremo oriental de la ruta de la seda— guarda entre sus maravillas al ejército de terracota que un megalómano emperador mandó a construir como guardianes imperecederos de su mausoleo.

La llegada al lugar conocido como «la Paz Occidental» fue maravillosa. Esa noche había una obra de teatro monumental en pleno centro de la ciudad, debido a las fiestas nacionales.

Tuve la suerte de que los actores pasaran muy cerca de donde me encontraba ubicado y pude fotografiar el complicado vestuario y toda la utilería. Las luces iluminaban de manera espectacular algunos monumentos y parte de la muralla de la ciudad. Había tanta gente presenciando el espectáculo que la policía tuvo que poner vallas, para que no se interrumpiera el tráfico de las grandes avenidas, que están junto al espacio del espectáculo. La misma policía movía a las masas de un lado a otro.

No me fue difícil encontrar un hotel, muy cerca de la puerta sur de la muralla, donde una chica muy simpática con su hanfu rosa atendía. Como llegué casi a la media noche y tenía hambre, salí a recorrer las calles de Xi´an. Pronto encontré una vía muy concurrida con varios puestos callejeros de comida rápida. Ahí probé una especie de tortilla rellena de vegetales que cosen en las paredes de un horno de barro. La zona estaba abarrotada de jóvenes noctámbulos. Dentro de las murallas, el centro histórico es un lugar de mucho movimiento, hasta en a la media noche. Los edificios con una combinación de arquitectura china y occidental no habían escatimado en luces para iluminarlas, incluso para decorarlas con luces multicolores. Los jóvenes se mueven en multitudes bajo el metro subterráneo.

Esta ciudad está al extremo oriental de la ruta de la seda. Su gente es muy amable. En un restaurante, los miembros de una familia viendo mi dificultad con los palillos, se sentaron a mi mesa y me enseñaron a tomarlos y coger la comida. Luego, su amabilidad fue más allá y todos me pidieron que a manera de práctica, tomara unas pequeñas porciones de sus platillos. Quedé muy agradecido con esta familia. Ahí probé unos panes planos muy grandes, espolvoreados de diferentes cereales; algunos tenían figuras marcadas. Creo que el pan es de origen musulmán. También había huevos hervidos en un líquido oscuro, espero que no hayan sido los de orina de niño virgen (Tongzi Dan).

El templo del Tambor es una magnifica construcción sobre una gran base. Antaño fue utilizado para marcar la hora con sus 25 tambores. No muy lejos está su hermana, la Torre de la Campana, que está en una rotonda llena de flores. Tiene una campana de 63 toneladas; el sonido alcanza una distancia de más de 20 kilómetros. Son los dos emblemas de Xi´an. De este lado de la ciudad se encuentra la famosa calle Beiyuanmen, del barrio musulmán. Aquí viven los Hui (musulmanes chinos) y es la zona gastronómica más visitada, donde se pude comer hasta lo impensable. Hay tantos vendedores pintorescos, ya sea por sus trajes, sus formas de atender, de pregonar o de preparar los platillos que uno puede pasar mirándolos por horas. Es un lugar tan animado, que la gente se apretuja tanto; recomiendan tener mucho cuidado con las pertenencias.

En el barrio musulmán pude ver tantas ostras apiladas repletas de perlas y en contenedores, «hasta para tirar hacia arriba». Había unas pequeñas vasijas con motores que vibraban y tenían un tubo en el centro. Dentro había perlas revueltas con unos granos esféricos. Eran unas máquinas pulidoras de perlas. También vi las famosas frutas con formas de animales o rostros y sandías cuadradas. Las calles estaban tan atestadas, que el personal de limpieza tenía que hacer un frente de tres para ir barriendo mientras la gente se apartaba y a sus espaldas volvían a juntarse.

El bazar que se encuentra cerca de la gran mezquita tiene muchos puestos de suvenires. Al inicio, hay un templo donde el personaje principal parece el emperador, lo sé por su tocado de cuentas. El techo del templo está decorado con linternas rojas de las que cuelgan bolsas de tela café. Afuera, muchas personas colocan incienso en varas largas decoradas con papel rosa y laminadas en oro. Luego inicia una calle que tiene a sus lados negocios con una infinidad de productos: desde juguetes, suvenires, pasando por ropa, cerámicas y hasta muebles. Hay mucha gente haciendo sus compras.

Una mañana, muy temprano, salí para visitar a los guerreros de terracota. Tomé el autobús que me recomendaron y ahí vi por primera vez a un chino usando gel en el cabello (los chinos parecen nunca peinarse). Este chofer era un «cafre» en el volante: estuvo a punto de atropellar a una mujer y encima la regañó por atravesarse, pese a que él había tenido la culpa. Después de llegar, corrí a comprar el boleto para la entrada. Había muchos visitantes nacionales, así que temiendo salir muy tarde, me deslicé entre la gente para llegar a las filas de entrada.

Ya dentro de la nave principal, tuve que abrirme paso entre empujones para alcanzar el barandal. Cuando por fin estuve frente al gran ejercito quedé pasmado: se trata de más de ocho mil figuras estáticas de guerreros y caballos, toda la tropa del primer emperador Qin Shi Huang. Parecía que en cualquier momento despertarían. Me impresionó la cantidad de esculturas en diferentes posturas y uniformes. Cada uno tiene una identidad única, según leí en los carteles, y perdieron su color tras sólo cinco horas de estar en contacto con el aire. Se calcula que se emplearon treinta y ocho años en construir su mausoleo y fueron más de setecientas mil personas trabajando en ello.

En otra nave pude ver de cerca a los soldados y los dos carros de bronce bellamente elaborados y decorados. La gente se apretujaba en torno a las cajas de cristal donde estaban todas esas piezas, y yo temía que la presión me hiciera caer sobre las barreras de protección. En otra fosa se podían ver restos de soldados aún enterrados, esculturas a pedazos en espera de ser restaurados. También había réplicas de soldados con los que la gente podía tomarse fotos tocándolos. En la tienda del museo se vendían monedas antiguas, réplicas de los soldados y muchas curiosidades. Al salir, noté que la zona arqueológica cuenta con un centro comercial muy grande, ahí me perdí y tardé en poder salir.

De regreso a Xi´an, quise conocer un barrio común y entré por unos callejones parecidos a un laberinto. Las casas protegidas con herrería parecían jaulas salidas por las ventanas, los grifos de todas las casas tenían candados. Los niños corrían y había gente andando en bicicleta que casi me atropellaba. Al salir de ese lugar, llegué a una plaza donde ancianos leían periódicos o charlaban. Noté que la gente tiene la costumbre de sacar a pasear a sus aves en sus jaulas. En las jaulas de madera lucían preciosas aves multicolores, con comederos de cerámica muy decorados. Más adelante, encontré una fuente de mármol con esculturas de dragones. Allí las personas alimentaban a las tortugas y los peces eran rojos, negros y blancos.

En el barrio musulmán pude ver tantas ostras apiladas repletas de perlas y en contenedores, «hasta para tirar hacia arriba». Había unas pequeñas vasijas con motores que vibraban y tenían un tubo en el centro. Dentro había perlas revueltas con unos granos esféricos. Eran unas máquinas pulidoras de perlas. También vi las famosas frutas con formas de animales o rostros y sandías cuadradas.

La última tarde que estuve en Xi´an, mientras un hombre me ofrecía unos títeres de personajes de la ópera china, pude presenciar cómo la policía hizo una redada en Shuyuanmen (también conocida como la calle de la caligrafía), la famosa calle peatonal especializada en pintura china clásica. Los vendedores corrían como locos en las calles levantando con habilidad sus mercaderías. La policía logró confiscar algunos productos, pero apenas se iban, los vendedores ya estaban de nuevo tendiendo sus productos. Aquí también se pueden encontrar antigüedades. Compré unos pinceles, tinta china y papel para dibujo, La mayoría de las tiendas venden material para caligrafía.

Una mujer me ofrecía poemas ilustrados, sobre grandes hojas de papel, de no supe qué autor. Más adelante, un grupo de hombres revolvía paquetes de hojas dobladas, supongo que también se trataban de poemas de algún autor famoso. Sobre esta calle, hay muchos artistas pintando las clásicas estampas chinas de ensueño o escribiendo algo en enormes caracteres. Usan una piedra en la que muelen una barrita de tinta, como receptáculo, diluyen la tinta con agua y luego con unos pinceles gordos los aplican sobre el papel arroz. Algunas otras personas enseñaban a niños los procesos del estampado en papel.

Por la noche, después de andar merodeando por las tiendas y admirando las luces de la ciudad, cené en unos de sus callejones lúgubres que parecen de película. Al fondo había unas mesas, en las que pude sentarme junto a otros turistas a degustar patas de pollo y otras rarezas. Decidí tomar una cerveza, pero me arrepentí cuando me dieron la cuenta. La cerveza costaba el doble que la comida.

Al salir del hotel rumbo a la estación del tren, choqué con un grupo de cinco españolas que venían viajando desde hacía una semana y justo iban en el sentido contrario a mi ruta. Me comentaron sobre su experiencia con los guerreros de terracota, de su visita a esta ciudad. Una de ellas dijo que estuvo viviendo en Tijuana, Baja California. Habló portentos de México. Fue maravilloso volver a hablar español, después de un tiempo de andar errante por estas tierras lejanas.

Acerca del autor

Rolando García de la Cruz
Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.

About Rolando García de la Cruz

Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.