San Cristóbal de las Casas, la ciudad indígena y multicultural.

En esta nueva bitácora de viaje, Rolando García de la Cruz interna a sus lectores por los recovecos de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Allí atestigua parte de ese extraordinario sincretismo cultural que dota a dicha ciudad de los altos chiapanecos de un carácter que no deja de cautivar a nacionales y extranjeros.

Como buen mochilero, después de transbordar en dos ocasiones, por fin llegué a San Cristóbal de las Casas, Chiapas. El frío golpeaba fuerte, por lo que opté por cenar un tamal de mole, un café y unos exquisitos panes azucarados. Necesitaba urgentemente carbohidratos. Dejé las maletas en el hotel y me fui a dar una vuelta por el centro histórico de la ciudad.

A pesar del frío y la leve lluvia, la gente se movía vívidamente por las calles. Jóvenes de tendencias hippies se mezclaban entre los habitantes. San Cristóbal de las Casas es una provincia que atrae al turismo por su aspecto colonial y sus tradiciones.

Es el lugar de México donde más extranjeros he visto circular por sus calles, como si de nativos se trataran. Su clima, como su gente, es agradable. Aquí abundan los cafés, restaurantes, bares, librerías y tiendas de suvenires en sus tres calles peatonales. También hay murales interesantes en algunas paredes y arte callejero de plantillas (stencil) con mensajes de protesta.

Al día siguiente tomé el desayuno, donde un niño freía las empanadas que su mamá preparaba; acá las empanadas llevan ensalada de zanahoria y betabel rallado, todo con un rico café de altura. Luego me eché a andar.

Lo primero que encontré fue el Arco del Carmen, un colosal edificio en cuyo último piso se encuentra el campanario. Se construyó en pleno Paso Real, después serviría de puerta a la Ciudad Real. Se dice que todo aquel que cruzare por debajo de él, se quedaría para siempre en San Cristóbal de las Casas.

Yo de buena gana lo hubiera atravesado, si no hubiera sido por unas rejas que impiden el paso, y sólo pude observarlo en derredor. Las calles aún conservan muchas de sus coloridas casas con sus tejados rojos, las vías adoquinadas y algunas pocas aún con empedrados. Un cortejo fúnebre pasó junto a mí hasta llegar a un parque donde descendieron al féretro con el fin de introducirlo a la iglesia, para la misa de cuerpo presente.

Las calles peatonales estaban decoradas con corazones, estrellas y flores de estambre. En algunas aún hay decoraciones de navidad, como esferas y series de luces. Muchas mujeres con sus trajes típicos ofrecían tejidos, pulseras y artesanías a los visitantes.

Acudí el mercado José Castillo Tielemans, donde encontré una gran cantidad de vendedores en las afueras del mercado ofreciendo productos del campo. Dentro hay vendedores de pan, dulces, carnes, semillas, entre muchos productos. Por un lado del mercado están los vendedores de flores y frutas. En ese mercado comí chalupas chiapanecas con lomo de cerdo.

Por la tarde, una lluvia suave y fría se dejó caer. A lo lejos, en las montañas, se habían estacionado las nubes. Para guarecerme me detuve a presenciar un ballet folclórico que se lució en el pasillo interior del Palacio Municipal. Hicieron una representación de una boda, luego mostraron unas ofrendas; también ofrecieron algunos bailes típicos. Los que más llamaron mi atención fueron «Caminos de San Cristóbal» y «los parachicos».

A pesar del frío, afuera en el parque, había otro grupo de danzantes, pero estos eran concheros (mexicas). Hacían un ritual con danzas, incienso, flores, agua y música, con instrumentos prehispánicos. Sus grandes tocados de plumas hacen más espectacular el ritual.

Es la tercera vez que visito «San Cris», como la gente le dice, y no he tenido la fortuna de poder entrar a la Catedral de San Cristóbal Mártir, la llamada Catedral de la Paz. Siempre la encuentro en mantenimiento, o simplemente cerrada. Supongo que es debido a los sismos, pues últimamente son más frecuentes en el sur del país.

Sólo he podido admirar su belleza desde el exterior. Tiene una fachada barroca con decoraciones de plantas. Es una mole en color amarillo y rojo. Dicen que dentro hay importantes obras de arte y un gran retablo del siglo XVI, el altar a los reyes, entre otras interesantes piezas.

Sobre su costado derecho hay una placa que reza «Viajero: Este templo está dedicado a tu santo patrón San Cristóbal Mártir. Pasa a implorar su protección antes de emprender el viaje», pero no pude, puesto que estaban cerradas las puertas.

En la parte trasera de la Catedral hay una curiosa fuente sin agua, con cuatro mascarones de leones de cara redonda, todo forrado de azulejos de barro rojo con decoraciones pintadas, y a manera de marco, la fuente tiene unos azulejos con unas «X» en alto relieve.

Frente a la catedral está la Plaza de la Paz, con una enorme cruz. Aquí se llevan a cabo actividades culturales. Por las noches la plaza se llena de vendedores de trajes típicos. Ahí se pueden encontrar sarapes, blusas, chalecos, muñecos de lana y las famosas «muñecas chamulitas», ahora vestidas de zapatistas, con pasamontaña y armamento.

Hablando de los textiles, esta zona de Chiapas está muy dedicado al tejido de telas. Las mujeres usan el telar de cintura y crean multicolores lienzos de complicados diseños. Luego se llenan los brazos de estos artículos que ofrecen a los turistas en plena calle.

El Palacio Municipal es de arquitectura neoclásica, tiene poco de haber sido restaurado. Sus paredes albergan también al MUSAC (Museo de San Cristóbal) que cuenta con un extenso acervo de la historia de la ciudad. En la parte trasera hay un gran patio bordeado de arcos del mismo estilo que el Palacio. La idea original era que la construcción abarcara toda la cuadra, pero el proyecto quedó frustrado al perder el rango de capital esta ciudad.

La iglesia de Santo Domingo es impresionante por su fachada rosa, barroca, decorada hasta con sirenas y águilas bicéfalas. Estaba cerrada y solo las puertas de su costado derecho permitían el acceso. En su derredor hay muchos locales de artesanías y ropa de lana. Su antiguo convento es ahora un espacio para las expresiones textiles.

Dentro de la iglesia, las grandes obras de arte y retablos estaban cubiertas por plástico transparente que caían como cortinas. Todo esto creaba un ambiente lúgubre. En sus primeras bancas dos hombres y dos mujeres hacían oración. Un niño yacía dormido en el regazo de una de las mujeres. El más anciano de los hombres oraba con un canto de sonidos repetitivos e ininteligibles, que se asemejaban a un canto budista. Me preguntaba si el niño estaba enfermo y las oraciones eran para su mejoría. Me senté a escuchar un momento las oraciones rítmicas.

Hablando de los textiles, esta zona de Chiapas está muy dedicado al tejido de telas. Las mujeres usan el telar de cintura y crean multicolores lienzos de complicados diseños. Luego se llenan los brazos de estos artículos que ofrecen a los turistas en plena calle.

Visité el mercado de dulces y artesanías, que es un pequeño centro donde se expenden muy variados dulces, panes, licores, artesanías, tejidos, decoraciones, bisutería. Entre los dulces que pude ver había suspiros, melcocha, puxinú (palomitas de maíz acarameladas), turrones, dulce de manzanilla, chilacayote, tostadas de coco, nuégados.

Los vendedores me hablaron del confite, que es un dulce de cacahuate cubierto de azúcar blanca. Dicen que ya son pocas familias las que lo hacen en San Cristóbal. Afuera, un grupo de jóvenes lacandones con sus trajes característicos —como una bata blanca— ofrecían pulseras de hilo y una chica con el traje típico del estado posó para mi lente.

Luego me fui a la plaza del pueblo, donde me sorprendí de ver tantas boutiques y tiendas de reconocidas marcas. El ambiente se me hizo más familiar, pues ahí encontré palabras en español e inglés. Los anuncios espectaculares y los amplios espacios contrastaban con el barrio que minutos antes había dejado.

No quería irme sin llevar un trozo de la gema más conocida de Chiapas: el ámbar. Así que me dediqué a buscar alguna pieza interesante. Cuando di con ella, «un crucifijo torneado», surgió mi primera duda: ¿es original?

Platicando con la chica dependiente, me indicó que la manera de diferenciar el plástico y el vidrio del ámbar era con la luz ultravioleta. Sacó una pequeña lámpara ultravioleta alumbrando la pieza. La cruz se iluminó en azul verdoso, al no dejar pasar la luz. Según ella, el cristal y el plástico dejan pasar la luz. Seguí buscando y despejando dudas.

En otra tienda dijeron dar certificados de autenticidad. Les pedí que me mostraran el documento, pero sólo se trataba de un rectángulo en papel donde hablaban de las características del ámbar y de que provenía de las minas de Simojovel. No había, sin embargo, algún renglón dónde poner algún número, clave o algo que lo relacionara con la joya de interés. Después descubrí que todas las tiendas daban ese supuesto certificado.

Mientras seguía en mi búsqueda de la gema real, me dijeron que el verdadero ámbar flota en el agua y que el plástico, como el cristal, se hunde. Pero recordé que casi todos los plásticos también flotan. Otros más me recomendaron que lo comprara en lugares establecidos, para asegurar el producto.

En mi última consulta comentaron que cuando se frota la pieza, si genera un aroma a resina, parecido al «aroma de la miel» se está frente a una pieza genuina. Con este nuevo dato regresé a las tiendas a hacerles la prueba. Finalmente encontré lo que buscaba. Más tarde le pedí a un joyero que verificara con su lámpara ultravioleta la autenticidad del crucifijo. Su veredicto fue casi la certificación de que era genuina.

Tuve la mala suerte de que mi teléfono celular se bloqueara. Al andar por las calles, me encontré con una lavandería, donde pedí que me prestaran un alfiler para resetearlo. Pero ni así pude revivirlo. Fue una lástima porque ya no pude seguir haciendo registros fotográficos de mi estancia. Pero eso no detuvo mi andar y me fui directo al cerrito.

La iglesia de San Cristobalito, santo patrón de la ciudad, se encuentra en la cúspide. Dicen que tiene 250 escalones hasta llegar a la cima, desde donde se ve gran parte de la ciudad. Después de comprar una buena dotación de pan y comer algo rápido, tomé el autobús de regreso a casa. A mi regreso, la niebla descendía lentamente sobre la ciudad.

Acerca del autor

Rolando García de la Cruz
Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.

About Rolando García de la Cruz

Antologado en los libros «Voces Papantecas», de la Coordinación de escritores papantecos y «Espejo de letras» en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Su relato «Un paseo por la Concha» ha sido mencionado entre los diez mejores trabajos de Latinoamérica en el certamen «Un fragmento de mi vida» organizada por la Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía en el 2011.