¿Qué premian a ciencia cierta los certámenes literarios, los centenares de concursos convocados a lo largo de un ámbito geográfico-cultural como el hispanoamericano?
¿Cumplen fehacientemente esos certámenes con su propósito de estimular la creación y difusión de obras señeras, esenciales para el ensanchamiento de horizontes que demanda cualquier literatura? No descubriré el hilo negro: los concursos literarios son producto de la inventiva humana y, como tales, padecen recurrentemente el peso de la ruindad y —acaso con persistencia— de la honradez intelectual y la osadía imaginativa. Es lícito, al hablar de premios, alegar la legitimación y la validación de trayectorias y prestigios, tanto como descreer de sus virtudes a la hora en que se proponen pontificar sobre lo que en verdad vale pena.
Justifico este rodeo introductorio porque ahora habré de referirme a Las puertas imposibles, el libro del joven poeta Pablo A. Graniel (Comalcalco, 1983), galardonado en 2008 con el premio tabasqueño de poesía José Carlos Becerra. ¿Qué tenemos aquí, con este volumen? En primera instancia un conjunto de poemas que discurre con soltura sobre temas ceñidos, constantes en la meteórica —por llamarle de algún modo— carrera literaria del joven laureado. Hay concisión también. El poeta es dueño de la forma breve que ha escogido para los pies poéticos sobre los cuales construye sus pequeños artefactos verbales y hay, en ese sentido, buena fortuna.

Pablo A. Graniel, Las puertas imposibles, México, Gobierno del Estado de Tabasco (Biblioteca tabasqueña del bicentenario), 2010, 72 pp.
El libro se resuelve ante los ojos del lector con la efectividad de un soplo. En ese sentido, parece hacerle caer en la cuenta de su perplejidad ante una imagen que se difumina. Porque, como en los anteriores libros de Graniel, la imagen es un pequeño lienzo en poemas elaborados, no tanto para el regusto memorioso, como para la contemplación de una idea breve que ha tomado de pronto la forma de palabras. Así escribe, por ejemplo, el autor en Oscura confidencia (2004), uno de sus poemarios previos:
La inmortalidad es un pozo
en el que la muerte
se mira a los ojos
En Las puertas imposibles la misma idea es reformulada desde la perspectiva de una segunda persona, aquella que, a través de la poesía, consigue desnudar la mirada oculta de la muerte. Aquí, como en una buena parte de los poemas del libro, el poeta procede, a través de la asociación de entidades disímbolas, a dotar al poema de un significado evanescente, aprehensible sólo desde cierto disfrute intelectivo y desde una música verbal con mínimas variaciones tonales.
No están en el fondo las palabras verdaderas
Respiran silenciosas en tu hombro
La poesía te mira desde otros ojos
Hacen florecer en ti la rosa oscura
con la rapidez amarga del milagro
Tú esperas el veneno
Las serpientes no atacan
Sueñan
Se deslizan
Cuando el autor se refiere a Dios —otro de sus temas constantes— lo hace desde la convicción de una presencia cercana. Dios es un grito dentro de la poesía de Graniel, pero también es un silencio. Poesía y mística se confunden aquí en un abrazo que trae indisolublemente como resultado descubrimientos, epifanías atisbadas desde la contemplación y el canto apenas jubiloso de las palabra.
Somos la eterna fiebre de Dios
su estampida inagotable de memoriaDios es un grito incisivo calando al cráneo del mundo
Dios es el eco que calla estas paredes derrumbadas