Ha muerto hoy don Mario De Lille. Todavía ayer tuve oportunidad de verlo en su casa, acompañado como estaba de varios familiares suyos.
Acudí a su domicilio por recomendación de Lupita Azuara, quien ya sabía de seguro de lo grave que estaba. Cuando llegué a las puertas de esa casa peculiar que quiso construir al fondo de esa callejón donde vivía (y donde pude visitarlo en varias ocasiones), me abrió una mujer que posiblemente haya sido la doméstica. Me dijo que don Mario se encontraba en su cuarto junto con algunos miembros de su familia, así que quise retirarme para volver después. Ella (talvez conocedora de lo que en realidad ocurría) me sugirió que no me fuera y que pasara.
A don Mario —quien no hablaba, pero seguía con la mirada las anécdotas, las risas y las voces— lo encontré sentado mientras sus familiares hablaban e incluso reían. Tenía esa gasa pegada a la garganta con que lo había visto varias veces, desde que se hiciera público el cáncer que lo alejó de la vida cultural y de su labor en la Escuela de Escritores.
Nada de lo que los familiares de don Mario hacían o decían tenía la gravedad que hubiera podido esperarse de quienes se encuentran frente a un moribundo, de modo que yo supuse que aquello era el festejo de una mejoría, de la esperanza en la recuperación de mi viejo amigo. Pasados alrededor de cuarenta o cincuenta minutos, cuando advertí a ese grupo cálido y afable que ya iba a retirarme, don Mario quiso ponerse de pie para despedirme. Lo hizo con dificultad y apoyado por Alejandro, el hijo que tuvo con Lupita.
Don Mario me agradeció la visita con visible esfuerzo, y en una demostración de afecto que nunca olvidaré también quiso darme un abrazo. Alejandro dijo algo en tono gracioso que nos hizo reír, y entonces me despedí.
La llamada de hoy, por la que me avisaron del velorio del cuerpo de don Mario en el Recinto Memorial, me ha hecho caer en la cuenta de que la reunión familiar a la que yo fui admitido ayer era en realidad una despedida. El abrazo de mi querido y viejo amigo no había sido, pues, otra cosa que el adiós de quien se sabe dispuesto a partir al viaje desconocido —e inexorablemente personal— de la muerte.
Acerca del autor
- Macultepec, Tabasco (1975). Economista y escritor. Autor de "Bajo el signo del relámpago" (poesía), "Todo está escrito en otra parte" (poesía) y "Con daños y prejuicios" (relatos). Ha publicado poesía, ensayo y cuento en diferentes medios y suplementos culturales de circulación estatal y nacional.
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