Protestas en muchas partes del país a causa del llamado “gasolinazo”.
El gobierno federal ha querido eliminar de golpe y porrazo un subsidio que se mantuvo vigente durante muchos años y ahora que Petróleos Mexicanos ha dejado de ser “la gallina de los huevos de oro”, a la gestión de Enrique Peña Nieto parece hacérsele fácil salir con que —siempre sí— habrá un nuevo aumento en unos precios que de hecho han subido constantemente desde hace años.
Y aunque la eliminación del subsidio es más que necesaria para corregir gradualmente la distorsiones creadas a partir de mantener un precio artificialmente bajo, al gobierno se le ocurre implementar la medida en medio de una crisis de legitimidad profunda y en un entorno de devaluación del peso frente el dólar que no tiene para cuándo tocar fondo.
Mucha gente cree, con razón, que el gobierno peñista le ha querido “cargar la mano” al pueblo y ha salido a las calles para exigir que la medida sea cancelada, que en lugar del incremento al combustible, el gobierno vaya tras los hampones que han saqueado al erario y que deje de esquilmar a la inmensa mayoría para privilegiar a los parásitos enquistados en todas las esferas gubernamentales.
¿Podrán las protestas de la gente poner fin a los abusos de los gobernantes en este país lleno de quejas? Mi convicción es que no. Las protestas sólo consiguen potenciar nuestra condición de jodidos, de carentes seculares, de modo que ya es posible ir previendo en lo que acabarán las marchas: el gobierno mantendrá la medida pese a los reclamos y “el pueblo” —esa amorfa y maleable masa a la que llamamos “pueblo”— terminará por acatar docilmente los alcances de la medida.
Mi convicción es que la ciudadanía se reconozca, por fin, como la responsable de constituir —puesto que de ella dimana— un gobierno que instrumente políticas con una consciencia ecológica —quiero decir, plenamente responsables— en lugar de asumirse como la víctima perpetua de unos gobiernos que no pueden sino ser su fiel reflejo.
“Cada pueblo tiene el gobierno que merece”, reza la frase aquella. Lo que es una forma diferente de decir que todo cambio comienza irremediablemente donde sólo el cambio es posible: dentro de nosotros mismos.
Acerca del autor
- Macultepec, Tabasco (1975). Economista y escritor. Autor de "Bajo el signo del relámpago" (poesía), "Todo está escrito en otra parte" (poesía) y "Con daños y prejuicios" (relatos). Ha publicado poesía, ensayo y cuento en diferentes medios y suplementos culturales de circulación estatal y nacional.
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