Si la última información que sobre usted he recibido es cierta, usted, Ángel Eleuterio Aguilar, ha muerto a principios de este mes por un viejo mal que lo aquejaba.
Ha muerto sin que mucho se supiera de sus males. Sin que se le hubiera visto por los alrededores que no hace mucho frecuentaba. Usted que, como un Robert Musil o un Alain Robbe-Grillet quiso cambiar su oficio ingenieril por las letras, de repente ha dejado sus papeles como aquel boxeador que, sin más, cuelga los guantes. ¿Y quién le dijo a usted que era sencillo fatigar papeles con palabras? ¿Y quién lo convenció de ser poeta? Usted no era poeta, mi buen Ángel, y sin embargo libraba con su pluma las batallas que su espíritu rebelde peleó como un hidalgo.

Ángel Eleuterio Aguilar López, Una tentación para acercarse al diván, México, Secured-UJAT-Sociedad de Escritores Letras y Voces de Tabasco, A.C., 2005, 42 pp.
Y ahora que su ausencia difumina sobre la tenue estela que tengo de su imagen una sombra, ahora que esa sombra se asemeja desvergonzadamente a la añoranza, una sola certeza me rasga la memoria: usted era mi amigo. Usted que era mil años más rico en experiencias y en desaires; usted que desafiaba los modales y las buenas maneras de allegarle a uno la fortuna. ¿No era usted, acaso, un enemigo de las “vacas sagradas”? ¿No fue usted el que, desenfadado y loco, renegara de lo pontifical, del gesto adusto de las autoridades de su gremio?
Ah, ingeniero Aguilar. Tras esas luengas barbas escondía usted a un subversivo. Quiero decir: escondía usted toda su vida que tuvo épocas mejores. Escondió a sus mujeres, a los hijos e hijas que quizá nunca le acompañaron porque ¿qué otra cosa elegiría usted para vivir sino esa su soledad bien aprendida? En esa soledad nació su libro. Los poemas de Una tentación para acercarse al diván no parecen ser poemas; son como trozos arrancados a una música –atonal, inextricable– muy suya, apenas compartible con quien no poseyera su código secreto.
De modo que, ahora que ha emprendido el viaje que lo ausenta de modo irremediable, lo imagino oteando las estepas que, como un viejo lobo, usted habitará sin trauma alguno. Lo imagino morando jubiloso, mirando a las estrellas para estampar en cualquier parte su dicha y su nostalgia. Usted que fue muchas cosas. Usted que, entre otras cosas, fue mi amigo.
Acerca del autor
- Macultepec, Tabasco (1975). Economista y escritor. Autor de "Bajo el signo del relámpago" y "Todo está escrito en otra parte". Ha publicado poesía, ensayo y cuento en diferentes medios de circulación estatal y nacional.
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